En varias ocasiones hemos aludido al pasaje perimetral. Ese es el elemento que nos disponemos a recorrer ahora. No se trata simplemente de dar un paseo rodeando el edificio, sino a seguir visitando estructuras y elementos que lo caracterizan y definen, especialmente en su ampliación gótica.
Ya hemos indicado que para ampliar por el oeste la plataforma de la iglesia románica, fue necesario construir unos enormes contrafuertes que descienden casi 10 metros bajo el nivel de la plazuela en la que nos encontramos. Pues bien, integrado y horadando esos contrafuertes, el pasaje perimetral amplia la parcela y resuelve la comunicación de las principales piezas que integran el conjunto. Suponemos también que la necesidad de erigir el pasaje perimetral debía responder a alguna tradición procesional o litúrgica. Se quería establecer la circunvalación del edificio de una forma bella y suntuosa. No se ahorró en gastos. Desde el punto de vista funcional se comporta como el claustro de un monasterio o conjunto catedralicio. Vamos a recorrer un espacio gótico, de nuevo, único. El nivel de las esculturas decorativas es fantástico.

Nos situamos en el primer contrafuerte horadado. Por su esmerada labra y perfecta conservación destacan las cuatro ménsulas que soportan la bovedilla. Tenemos que valorar que se encuentran a nuestra altura. Y han estado ahí desde hace setecientos años. Y han sido admiradas como si estuvieran dentro de una vitrina acorazada. Esculturas de museo, respetadas por visitantes y vecinos gracias a su contenido afectivo y espiritual. En eso consiste hoy mismo la conservación del patrimonio cultural.
En la clave vemos una Maiestas Domini rodeada por las representaciones de los cuatro evangelistas en las ménsulas. Cada uno de ellos aparece escribiendo o mostrando el Evangelio, junto a su atributo tradicional: por el muro, ángel para Mateo y león para Marcos; y frente a ellas, el águila de Juan y el toro de Lucas. La representación de Marcos es quizá la más equilibrada, con el evangelista sentado sobre un taburete con tracería, ante un pupitre en el que distinguimos el tintero, la pluma y el rascador. A su espalda, un monumental león muestra las escrituras sagradas.
Seguimos hacia el ángulo suroeste de la galería que se resuelve con un doble tramo de crucería con dos claves y seis ménsulas. Aparentemente nos encontramos, de nuevo, con otra representación de los Evangelistas, ahora con las imágenes del Tetramorfos, Lucas y Marcos a la entrada; entre ellas se intercalan como soportes del fajón un simio con túnica y un guerrero matando a un león. En el lateral de esta última cesta aparece una bellísima green-woman o mujer de la naturaleza, cuyo rostro es muy parecido a los tipos observados en la ornamentación interior del sotacoro.

El mirador occidental nos vuelve a ofrecer una magnífica panorámica del Moncayo y el sistema ibérico. La visita a esta parte del conjunto monumental es especialmente atractiva al final de la tarde, cuando las luces naranjas iluminan piedras y esculturas de manera muy peculiar. El mirador conserva una interesante techumbre de madera también medieval. Va soportada por siete pilares con remate en «T», que nacen de un elegante pretil con tetralóbulos. Sobre ellos se montan las vigas de madera, algunas con cabezotas labradas.
Si avanzamos hacia el ángulo septentrional veremos que las ménsulas son de menor calidad de labra y muestran un peor estado de conservación. La forma de hacer de este taller la podemos ver también en elementos decorativos del apostolado occidental de Santa María de Olite. Si seguimos hacia la puerta norte, se suceden luchadores, acróbatas, varios green-man, cabezas de reyes y reinas, híbridos, reinas lujuriosas, monjes…