El panorama que se despliega ante nuestros ojos es fantástico. Hacia el suroeste, el Moncayo dibuja el horizonte con su silueta alargada; por el lado contrario, los desfiladeros del Aragón muestran las defensas medievales de Gallipienzo. Tras ellas, el Arangoiti, con Leire en sus primeras estribaciones. Por el lado norte, la plaza de armas conecta el santuario con el Castillazo de Ujué, que defendía el extremo septentrional de la plataforma, y servía de guarnición militar. Hoy sólo podemos imaginar su silueta. El depósito de aguas, antes cementerio, señala el lugar donde se erigió. Y hacia el sur, indómito y solitario, con sus colores ocres y verdes, el término municipal de Ujué se despliega en una constelación de lomas y terrazas, cuyo esforzado uso agrícola justifica la existencia de la propia población.

Pero no su origen. Para entender su génesis primigenia tenemos que mirar hacia el Moncayo, el plano de Tafalla-Olite y la Bardena. Y remontarnos en el tiempo hasta los años centrales del siglo IX. El cronista Al-Himyari parte de noticias más antiguas para completar la siguiente fotografía: “otra localidad de nombre Santa María, es la primera de las fortalezas que forman parte del sistema de defensa de Pamplona. Es la que está construida con más solidez y ocupa la posición más elevada. Está construida en una altura que domina el río Aragón, a una distancia de tres millas de este río”. No hay lugar a dudas. El lugar que describe, ese topónimo de Santa María será con el correr de los años Uxue-Ujué. Pero quizá, lo más interesante sea que la crónica demuestra que sobre la plataforma de la montaña ya entonces convivían fortaleza y santuario. Y ese lugar devoto y rocoso, era tan sagrado como para que las fuentes islámicas sitúen a la Virgen como protagonista única y estelar del topónimo. Desde el punto más alto del conjunto, hemos regresado al punto de partida.

Es hora de bajar. Nos vemos de nuevo frente a la portada sur.