Tras la puerta de perfil apuntado en forma de lanceta, accedemos a un espacio raro y sorprendente. Se trata de una estancia disfuncional de gran altura. A la izquierda, el enorme muro rematado en forma de piñón es el que al interior cierra el edificio por el este. Se trata del muro que puso fin prematuro a la obra gótica y la conectó con la románica. De ahí que ante nuestros ojos estemos contemplando la parte superior de las bóvedas de cañón de los tres anteábsides románicos. Fueron reconstruidas durante la profunda restauración realizada en los años cincuenta del siglo pasado. A nuestra derecha, el segundo murallón, ya erigido sobre los arcos de acceso a las capillas absidales, sirve para soportar las cubiertas del edificio. Van a cubrir también los propios ábsides románicos y la galería que los rodea.

Seguimos caminando. Por una puertita que se abre a nuestra derecha llegamos al extremo oriental del conjunto en este nivel. Avanzamos siempre a la izquierda de la línea de luces que señala el 1.80 m. de altura de la pendiente de las cubiertas. Cuidado con las cabezas.